jueves, 11 de marzo de 2010






La tortura, como patrimonio cultural de las españas

Para más INRI, los toros nos cuestan a los españoles mucho dinero al año, aunque la fiesta nos importe tres pelotas y un rabo... la cría del toro se subvenciona con el 0’12% de los presupuestos...





(Dedicado a Esperanza Aguirre, La Cólera de Dios)







Vaya por delante la confesión: el aburrido espectáculo que resultan la mayor parte de las corridas de toros, no me ha impresionado nunca, excepto por el dato que significa la inquina monumental que despierta entre la afición, las figuras del presidente, el banderillero, el picador, el diestro, el siniestro, el ganadero (que suele dar buey por toro) y la autoridad competente que ha autorizado esa juerga sanguinolenta, porque ni aquella, ni el clima, lo han podido impedir.

Tal vez lo más aproximado, para aquella persona que jamás ha acudido a una plaza, sea decir que un concierto de Juanes en Bogotá, Ramoncín en Burgos, Alejandro Sanzen Miami o Chiquilicuatre en Soria, podrían estar a la altura de la llamada fiesta nacional. Todo el mundo saldrá protestando, no ya por lo que ha pagado, sino por la sencilla razón de que, según cuentan las crónicas de algunos espectadores (las de la prensa se lo callan todo), o inocentes fans que suspiran por una mirada del ídolo, el disgusto llega cuando se aperciben de que les han robado los donuts, la cartera o el bolso en un momento de éxtasis(o porque se lo tomaron antes del espectáculo), o porque en la arena (escenario) lo que aconteció no estaba a la altura de lo esperado, o porque se mató a los bichos en diez minutos (cantaron menos de lo pactado), o llovía y no les devolvieron la pasta, en fin, cualquiera de las barrabasadas que suelen ocurrir en esta clase de cachupinadas, donde la hipnosis colectiva priva al espectador de una mínima serenidad para decir, alto y claro: “Basta ya. Esto es peor que la tortura china”


Lo curioso es que entre ellos mismos, aficionados y organizadores, se amen tanto que quieran matarse a golpes, o a tiros si tuvieran a mano sendas pistolas, cuando las cosas no son como se deseaba. Y lo afirmo, porque lo he visto en las contadas ocasiones en que se me invitó a una corrida. Recuerdo una especialmente dantesca, en las Ventas madrileñas, donde debían demostrar su cultura y sabiduría torera, dos reyes del capote y un faraón de la muleta, como eran Antonio Chenel “Antoñete”, Rafael de Paula y Curro Romero. Jamás ví unos rostros tan pálidos como los de aquellos ciudadanos, jamás presencié una revuelta del público tan cruel, gritándoles de todo menos bonito, jamás una carnicería tan alucinante, mientras sonriendo a lo Maquiavelo, el aficionado Joaquín Sabinaaseguraba: “La media verónica de Chenel ha valido por toda la tarde”. Yo pensaba qué hubiera dicho el juglar de Úbeda si la tal Verónica hubiera sido entera. No; aquello fue todo, menos un recital de arte.

Sin embargo, confieso que quedé gratamente impresionado por lo excitante del momento, por el número de almohadillas que cayeron a la arena, los insultos, los gritos, y la salida a los medios de un anónimo espectador que, con toda la cultura torera encima, le propinó un hostiazo en plena cara al de Camas, mientras sostenía entre los dientes su carné de identidad animal. Yo no dudaba que aquel repentino ataque de odio había sido fruto del amor, como los denuestos de aquellos miles de curiosos, aficionados honestos, turistas y avispados proletarios que se cuelan porque no hay Dios que pague 100 euros por un asiento en la barrera (y lo pongo barato), cuando aquello no resultó lo esperado. Un amor equivocado, como el de la plaga de la violencia doméstica, en la que uno de los cónyuges (por desgracia siempre el macho), asesina a lo que dice amar por encima de su propia existencia, dado que ella no ha sabido cumplir con lo que él siempre había soñado.


En las corridas de toros, como no hay árbitro, sino un señor que tiene un pañuelo y al que siempre insultan (debe ser porque está sucio), la víctima es siempre un noble animal que no ha hecho nada para merecer ese castigo. Y los artistas, o sea, quienes le colman de mimos con banderillas, puyazos y estocadas, quienes le hunden el verduguillo, son el matador y sus currantes, pero la sutil diferencia es que, mientras los últimos perciben un salario discreto, el diestro cobra por una sola tarde, si se trata de una primera figura, el equivalente a 40 millones de las antiguas pesetas, o sea, para que un europeo me entienda, unos 240.000 euros. Qué bárbaro, menos de lo que cobra al año como retiro el Padre del Canon, Teddy Bautista…



Para más INRI, los toros nos cuestan a los españoles mucho dinero al año, aunque la fiesta nos importe tres pelotas y un rabo, porque ignoro si los lectores se hallan al tanto de que la cría del toro se subvenciona con el 0’12% de los presupuestos generales del estado, que en este año 2010 ascienden a casi 351 mil millones de euros. No hay que se un genio matemático para asegurarme de que ese aparentemente pequeño porcentaje, viene a ser poco más de 42 millones, lo que significa en la práctica que todos los habitantes de eso que se llama España, ponemos un euro de nuestro bolsillo, porque le da la real gana al gobierno de turno. Y que conste: esa una aportación ha de entregarse sin rechistar, no sea que si nos ponemos a debatir la utilidad de ese aburridísimo y sanguinolento espectáculo, bien pudiéramos salir lesionados por algunos histéricos aficionados, que impelidos por un místico anhelo cultural desearían clavarnos el estoque en lo más alto, dado que según su particular idiosincrasia, quienes estamos en contra del maltrato a cualquier bicho viviente, incluido Aznar, somos unos iconoclastas del carajo

Esta forma de maltrato animal, digan lo que digan quienes niegan el padecimiento del toro en su paso por el calabozo de la arena, contiene tal dosis de salvajismo, de violencia gratuita, que estoy convencido de que si mañana se pudiese procesar a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, que han sido acusados de practicar otro tipo de crueldad, denunciada varias ocasiones en las Naciones Unidas por diferentes relatores contra la tortura (Rubalcaba lo niega, mirando al tendido con sus verduguillos, que sonríen a su vera), y la jueza del caso fuera una profesional, tan brava, tan de anciana casta, tan española y olé, como Ángela Murillo, podría dirigirse a los presuntos sospechosos con una pregunta algo pizpireta:

· ¿A ustedes les gustan los toros?

Estoy más que convencido de que la respuesta en un 99% de los casos sería:

- Sí, señoría. Nos encantan.

Y la magistrada, con sonrisa a lo Carmen de España y no la de Merimée, o sea, a loCarmen Polo de Franco, se levantaría de su poltrona y daría por zanjado el asunto con un:

- Y a mí, también. Olé, mis niños. Se levanta la sesión. Todos al bar, a brindar con el vino de Otegui, digo de Asunción. Es que a veces se me va la olla…



Por eso, tal vez, no es descabellado comprender que la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Doña Esperanza Aguirre, para desesperación de los demócratas, quiera blindarla tortura taurina, colocando al espectáculo entre los tesoros culturales de las Españas. La otra ya se blinda en los ministerios correspondientes, apoyados por la complicidad en prensa, radio y TV de casi todas las comunidades y naciones del estado, excepto en una ocasión la cadena pública catalana, que tuvo el detalle honroso de emitir una entrevista conMartxelo Otamendi (director del ilícitamente clausurado periódico Egunkaria), asunto que ni mentaron de pasada cómicos como Buenafuente, o el Gran Wyoming, ya que en sus respectivos espacios no se acostumbra a ironizar sobre ese tipo de temas, a menos que Willy Toledo diga otra verdad como un templo, en cuyo caso ambos se rasgarán las vestiduras en público, que es cuando quedan con el culo al aire.

Sólo un espécimen como Esperanza Aguirre, jaleada por los dueños de las ganaderías del PP y el PSOE, se niega al debate público y parlamentario sobre tan sangrienta tradición, aunque Picasso, Hemingway, Goya o Lorca, hayan dedicado inolvidables páginas de su vida artística a tan discutible herencia.



Lo curioso e inadmisible, es que Esperanza no haya destacado jamás la ideología comunista del creador del Gernika, ni la admiración del autor de Por quién doblan las campanas por Fidel Castro, ni la voluntaria huída a Francia del responsable de La Maja desnuda, o el asesinato a manos de los franquistas de quien escribió Yerma. Ese tipo de datos, al parecer, nunca fueron importantes. Para ella, tales genios sólo lo fueron, porque nunca mostraron su disgusto ante una corrida de toros.

Y añado yo: ni buena parte de los hoy silentes intelectuales y artistas españoles, ante la Ley de partidos, la censura, el cierre de periódicos, el secuestro de libros, los malos tratos, las muertes y suicidios en la prisiones, las masacres en Yugoslavia, Irak, Afganistán, Palestina, Níger, ¿quiere que siga?... Sí, mejor lo dejamos ahí.









Carlos Tena en Kaos en la Red









http://www.kaosenlared.net/noticia/tortura-como-patrimonio-cultural-espanas

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