Toreo: tortura hecha negocio
Nazanín Amirian
23 May 2009
Desde el punto de vista meramente utilitario –fundamento de una economía de mercado–, sorprende que un país pague a sus científicos unos 35.000 euros anuales mientras algunos de sus toreros embolsen alrededor de 350.000 euros (unos 60 millones de pesetas) en una sola tarde; desde un punto de vista racional es inexplicable que sea la Administración Pública la que financie este negocio de sangre y dolor y que un pueblo civilizado tolere tal barbarie.
Miles de toros son torturados en las fiestas hasta morir, y cientos de caballos son mutilados en nombre de la tradición. Lejos de ser un rito español, la tauromaquia hunde sus raíces en el credo mitraísta, el culto al Dios solar surgido en Asia Central y practicado por las tribus guerreras hace unos 4.000 años. Una religión en la que se sacrificaba un buey en las ceremonias litúrgicas y se bebía su sangre para ser inmortalizados. El mitraísmo se extendió por el Imperio Romano, convirtiéndose, a manos de Nerón, en el credo oficial del Estado. Y mientras aquella orgía de violencia santificada se desmantelaba en sus tierras originarias por las reformas de Zaratustra –el primer antitaurino de la historia, que prohibió todo tipo de maltrato animal–, en Europa se prolongó siglos después. Las corridas de toros, herencia de aquella fe pagana, hoy son, además, una farsa. Ni arte ni bravura, sino la exhibición de la pequeñez de varios hombres armados ante un animal debilitado previamente.
Según asociaciones protectoras de animales, el suplicio del toro empieza días antes: es atado dentro de la “caja de curas”, para afeitar sus cuernos con la sierra; se le introduce algodón o estopa en la nariz y la garganta para dificultar su respiración, y se le untan las patas con productos químicos para que ardan e impidan su rápida caída. Encerrado en la oscuridad, hambriento y desesperado le sueltan al ruedo, para que su reacción a la luz le de al noble animal una apariencia feroz. El tormento continuará cuando se le claven largas espadas que le atravesarán los pulmones. ¿Que no siente dolor?
Basta ver con qué insistencia intenta espantar a las ínfimas moscas que le pinchan con sus cortas trompas. Agonizando, es arrastrado hasta morir ahogado en su propia sangre. Aun así, es afortunado comparado con lo que le hacen al Toro de la Vega o al alanceado.
Bárbaras tradiciones, como lo son la ablación y la lapidación. La tauromaquia es otra manifestación de un especismo anticientífico que considera al ser humano superior y con el derecho a esclavizar a sus hermanos menores.
http://blogs.publico.es/puntoyseguido/4/toreo-tortura-hecha-negocio/
Comentario por Blanca
23 Mayo 2009 @ 16:00
¿ARTE?
Está muy oscuro. No sé cuanto tiempo llevo aquí. La situación es agobiante. Desde que me trajeron a este lugar no he comido nada y el hambre está haciendo estragos en mí. Hace unas horas unos tipos me dieron agua. Sabía rara y me sentó mal, pues desde que la bebí no he parado de hacer de vientre. Si esta situación continúa, temo morir deshidratado en pocas horas.
No entiendo nada. Todo empezó cuando unos hombres llegaron a donde yo vivía. Me obligaron subir a aquel camión… Yo no quería, pero fueron un poco violentos y el miedo pudo conmigo. Ahora me arrepiento de no haber ofrecido más resistencia.
Y me trajeron aquí. Estoy en un cuarto muy pequeño. Casi no puedo moverme, ni siquiera tumbarme. Me veo obligado a permanecer de pie, y debido al entumecimiento de mis extremidades, apenas puedo sostenerme.
Oigo un ruido. Creo que son las mismas personas que me hicieron beber aquella agua envenenada. Tengo mucho miedo, y comienzo a temblar. Uno de ellos se acerca a mí. Me propina una fuerte patada en los riñones. Me tambaleo, a punto de caerme al suelo. Pero el hombre no se compadece de mí, y vuelve a golpearme, esta vez en los testículos. Me siento cada vez más débil, y hago un esfuerzo para no desmoronarme. Aguanto las patadas, que cada vez me resultan más dolorosas. Y por fin, paran de repente. Antes de irse, me cuelgan dos sacos del cuello. Están unidos por una cuerda. Pesan mucho, y deduzco que están llenos de arena. Esto hace que me resulte todavía más difícil mantenerme en pie. Me pregunto cuándo cesarán estas torturas…quizás el final de todo este sufrimiento llegue con mi muerte, pero prefiero no pensar en eso.
Yo vivía feliz. Tranquilamente, sin molestar a nadie. Era una vida normal y me sentía a gusto con ella. Por eso escapa a mi entendimiento el motivo por el que estoy aquí. Qué es exactamente lo que ha cambiado desde ayer para que hoy me encuentre encerrado en un cuarto oscuro, con el cuerpo dolorido y dos sacos colgados del cuello.
Han pasado unas horas, y ellos han vuelto. Ya no tiemblo, como la primera vez, aunque estoy aterrado. Un escalofrío me recorre el cuerpo. Uno de ellos me unta algo en los ojos: creo que es grasa.
Y entonces oigo un ruido de puertas que se abren, y de repente, la luz me ciega. Me obligan a salir. Tras tanto tiempo en la oscuridad, la claridad me parece muy intensa. Entre esto, y la grasa que me pusieron en los ojos, me resulta casi imposible ver. Además, el ruido me aturde. Tras escucharlo, me doy cuenta de que son gritos de personas que, contrastados con el silencio acuciante del cuarto oscuro, contribuyen a que me sienta desorientado y confuso.
Pienso que lo mejor es salir de aquí cuanto antes. Voy a huir. Quiero correr y correr hasta llegar a mi casa. Quiero olvidarme de toda esta locura, llegar y pensar que lo único que ha pasado es que he despertado de un mal sueño.
No sigo ninguna dirección fija. Estoy desorientado y mis pies se mueven a toda velocidad. De repente choco con algo. Es una especie de barrera que me impide seguir mi camino. Aunque no veo bien, decido arriesgarme. Así que cojo carrerilla e intento saltarla. Resulta un esfuerzo inútil, pues estoy débil y lo único que consigo es golpearme contra ella. Está dura, y no voy a poder romperla. La cabeza me da vueltas, estoy mareado…
Corro en la otra dirección. Los gritos no cesan, son atronadores. Voy cada vez más rápido, luchando por encontrar la salida… Y entonces le veo a él. Su traje reluce bajo los rayos del sol. Debido a lo mal que veo, se me antoja como una mancha de colores brillantes, un obstáculo en mi camino…
Se mueve mucho…casi es hipnótico. Corro hacia él, quizás sea la forma de salir de aquí. En un momento dado, lo único que veo es un torbellino rojo que se mueve desenfrenadamente. Me abalanzo contra él con desesperación, pero justo cuando lo voy a alcanzar desaparece. Y acto seguido, los gritos de la multitud. Resuenan en mi cabeza, es una sensación molesta…
Intento calmarme un poco, pues si quiero salir de ésta debo dominar la situación.
El hombre del traje de colores vuelve estar delante de mí. Me quedo quieto durante un rato, esperando ver qué hace. Poco a poco, empieza a acercarse, casi con miedo. Será que no sabe que estoy mucho más asustado yo que él, y que en éste momento y en el estado en el que me encuentro no sería capaz de hacer daño a nadie.
Comienza a agitar el pañuelo rojo muy cerca de mi cabeza…esto me aturde y al final corro hacia él. Quiero golpearlo, hacer que desaparezca…hacer que todo esto acabe ya.
Otra vez, los gritos de la gente.
Y no sé cuántas veces se repite esto, pero cada vez me voy encontrando más cansado y sin ganas de luchar. Intento recobrar fuerzas, ataco con energía, con la poca que me queda…
Un caballo de mirada triste entra en escena. Galopa veloz, incitado por los golpes del hombre que lo cabalga. Éste lleva una gran lanza en la mano y se dirige hacia mí. No puedo evitar emocionarme: se acerca tan decidido que creo que tiene intención de defenderme…Y antes de que me dé cuenta la lanza se clava en mi espalda, con un golpe seco. Siento un dolor indescriptible, que nunca en mi vida hubiera llegado a imaginar. El frío del metal afilado destroza mi interior…músculo por músculo, nervio por nervio… La sangre empieza a brotar como si se tratase de una fuente siniestra. El dolor me tiene inmovilizado, me mareo, me siento débil.
Y asumo la dureza de la realidad: nadie vendrá a defenderme. Nadie va a ayudarme. Aquí todos están en mi contra y si quiero salir vivo, tendré que ser yo el que luche por conseguirlo.
Comienzo a andar, poco a poco hasta conseguir correr con gran esfuerzo. La herida sigue sangrando provocándome un dolor atroz. Creo que es muy profunda.
Me dirijo hacia el extraño hombre del traje de colores e intento atacarle. Pero me esquiva muy ágilmente. Escucho los gritos de la muchedumbre…y decido que he de volver a intentarlo. Y me vuelve a esquivar. Y la gente vuelve a gritar.
Me detengo y pienso qué he hecho mal. Esto parece una especie de castigo y si supiera por qué estoy siendo castigado, me sentiría menos confuso y sabría encontrar una solución para irme.
Y mientras intento concentrarme llegan dos personas. Sus ropajes son iguales a los del hombre del traje de colores. Esta vez no me muevo de mi sitio, hasta que observo horrorizado cómo caminan hacia mí. Sé que me van a hacer daño, y corro. No me dirijo hacia ellos, sino que voy en dirección contraria.
Pero estoy aturdido, me fallan los reflejos, y pronto uno de los dos me cierra el paso. Me fijo en sus manos: con ella sujeta unos extraños instrumentos: son como arpones metálicos, acabados en puntas muy afiladas. En el extremo contrario, lucen tiras de vistosos colores. El hombre saluda a la gente que grita y acto seguido me clava un arpón. Lo hinca en la herida que ya me habían abierto con la lanza, pero la hace más profunda. Y siento un dolor atroz, como un escalofrío que me recorre el cuerpo parte por parte y no puedo evitar gemir. Mi grito se extiende por el aire, es profundo, desgarrador… No sé si alguien lo ha oído. Ya ni me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor, me parece estar soñando. Lo único que me devuelve a la realidad son las punzadas de mi herida sangrante. Cuando me muevo, siento como las puntas del arpón abren más la herida y esto es insoportable, así que opto por quedarme quieto. Y acto seguido otro de los hombres se acerca y me incrusta más arpones en carne viva. Su peso hace que los ganchos afilados se muevan dentro de mi cuerpo. Estoy agotado, cerca de la deshidratación y no puedo levantar la cabeza, pues las magulladuras hacen que me resulte imposible mover el cuello. No aguanto más, me pregunto cuando acabará este tormento…
Delante de mis ojos lo veo todo rojo, pues el hombre del traje de colores agita ese maldito pañuelo una y otra vez. Y aunque moverme me lastima, no puedo evitar ir hacia él, ya sin mucho ánimo, con la única esperanza de que se canse antes que yo. Esto ya se ha convertido en una rutina. Estoy agotado, y mis músculos se encuentran entumecidos, pero me muevo como un autómata: voy hacia la nube roja, desaparece de mi vista y acto seguido la gente jalea a mi extraño torturador. Y así una y otra vez, ya sin esperanza y con una triste resignación, intentado obviar el dolor que me corroe por dentro.
No sé cuánto tiempo llevamos jugando a este juego macabro, pero siento que me voy a desmoronar en cualquier momento. He debido perder mucha sangre. Tras repetir movimientos idénticos durante un buen rato, me detengo y me invade un extraño y terrorífico presentimiento. Observo el pañuelo rojo agitarse y no puedo evitar pensar que cuando corra hacia él, será la última vez que lo haga. Huelo la muerte en el aire, el fin está cerca. Se agita, color escarlata como la sangre…
Intento vencer al miedo, y embisto contra él, como si también quisiera embestir contra mi fatal destino.
Pero mis oscuros presagios se cumplen mientras siento el frío del acero destrozando mi interior. Ha sido el hombre del traje de colores, quien me ha clavado una larga espada en la espalda. El metal ha desgarrado mis órganos, uno por uno. Quebranta mis músculos, y rompe mis pulmones. Lucho por no caer al suelo. Creo que el arma ha debido romper una arteria importante, lo que da pie a una enorme hemorragia. La sangre sale a borbotones de mi boca y mi nariz. Esto hace que no pueda respirar. A pesar de que sigo vomitando sangre, quiero mantenerme firme y no caer a la arena.
¿Cómo no se me había ocurrido? Volver a mi antigua vida es fácil, tan sólo he de salir por la puerta por la que entré aquí…Camino con dificultad, los daños en la médula hacen que no tenga control sobre mi cuerpo. La puerta está cada vez más cerca…y junto a ella mi vida, mi familia…
El golpe contra el duro suelo me hace recobrar la conciencia justo unos segundos antes de morir. No hay solución. No hay salida. Sólo dolor y sangre. Sólo la asfixia, el vómito rojo…Los arpones, la lanza…el cuarto oscuro, el cansancio, los golpes…
He perdido el control total de mi cuerpo, pero mi cabeza sigue funcionando mientras me arrastran por la arena fuera de allí. Antes de perder la vida, veo al hombre vestido con los colores lúgubres de la agonía, que saluda a la gente, y pasea por la arena con el pecho hinchado como un pavo. De hecho, es a él a quien dedico mi último pensamiento. Porque creo que aunque es triste que te arrebaten la vida de este modo y que te hagan sufrir escalofriantes torturas con un fin totalmente absurdo que aún escapa a mi entendimiento, no es eso lo peor que te puede pasar.
Lo peor que puede pasarte, es morir mientras ves como la gente aplaude a tu asesino…
Blanca Squarzanti(14 años)
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